Inmenso (en todos los sentidos) show de ROGER WATERS en Madrid
ROGER WATERS pasó por Madrid con su gira “This is not a Drill” para despedirse de los escenarios, y lo hizo con una doble fecha los días 23 y 24 de marzo, por lo que no dudamos en acudir a la primera de ellas. ¡Os lo contamos de la mano del gran Fernando Galicia!
ROGER WATERS – Jueves 23 de marzo de 2023 – Madrid, Wizink Center
El ambiente era el de las grandes citas, con mucha gente por los alrededores, las terrazas a reventar y muchas camisetas de PINK FLOYD, muestra del enorme poder de atracción del vocalista y bajista británico.
De todos es sabido que la personalidad de Waters es fuerte, y que procura controlar al milímetro todo lo que ofrece en sus shows. Como suele decirse, no da puntada sin hilo. Comento esto porque ya antes de entrar, en la plaza de acceso al Wizink Center, nos topamos con una pequeña performance que pedía la no extradición a Estados Unidos del activista Julian Assange, algo que volvería a reivindicar después durante el concierto. Un pequeño aperitivo del activismo de Roger que, a su vez, con el paso de los años cada vez se ha ido implicando más en diversas causas pro derechos humanos.
Con un gran escenario longitudinal situado en mitad de la pista, ya la primera impresión era impactante… Un escenario que a su vez estaba dividido en cuatro partes separadas por enormes pantallas en forma de cruz. El inicio fue toda una declaración de intenciones, con una locución y proyección que decía “si eres de los que piensa ‘me encanta PINK FLOYD, pero no me gusta el posicionamiento político de Roger Waters… que te jodan. Vete ahora mismo al bar”. Más claro, imposible. La última versión que el músico británico ha hecho de “Confortably Numb” fue la primera canción de la noche, con los músicos divididos entre las cuatro partes del escenario hasta que, llegando al final, las pantallas se alzaron unos cuantos metros unificando el espacio bajo ellas, y permitiendo la libre circulación de los componentes de la banda. Un comienzo muy visual y muy atmosférico para meternos en situación, hipnotizados por las imágenes y el ritmo pausado del tema.
El concierto fue largo, de dos horas, con un descanso de veinte minutos que dividió el show en dos partes muy similares. Como es lógico, la mayor parte del repertorio estuvo compuesto por temas de PINK FLOYD, aunque se reservó un pequeño tramo en cada set para interpretar otras de su carrera en solitario. Todo ello regado con continuas imágenes de PINK FLOYD, o relativas a la temática de las letras, o directamente a ese activismo al que hacía alusión hace unas líneas y que caracteriza toda su etapa contemporánea.
Así, por ejemplo una vez pasado un primer tramo en el que sonaron “The happiest days of our lives” y “Another brick in the wall” (parte 2 y parte 3), enfilaron una sección propia con “The powers that be”, “The bravery of being out of range” y la primera parte de “The Bar” con imágenes que ilustraban diversos abusos, como brutalidad policial, políticos como Reagan o George Bush padre regadas de bocadillos a modo de cómic hablando sobre derechos humanos y guerra, o de los nativos sioux actualmente defendiendo lo que les queda de sus tierras de la black snake, o carretera que están construyendo por medio. Puede que él no estuviera especialmente reivindicativo cuando se dirigía al público (que lo hizo, pero no tanto como tal vez me esperaba), pero las imágenes hablaban por sí solas.
Tras regresar a la senda de PINK FLOYD con “Have a cigar”, se alcanzó un punto álgido con “Wish you were here”, coreada por todo el público y en la que la comunión con la banda fue espectacular. Por las pantallas se narraba cómo nació la banda británica, con especial hincapié en la figura del malogrado Syd Barrett y en cómo acordó con él comenzar el grupo después de un viaje que hicieron juntos a Londres a ver a Gene Vincent y ROLLING STONES. No sería la única vez que aparecería la figura de Barrett (de hecho continuó en pantalla durante “Shine on you crazy diamond” -partes VI-VII y V-), y no se puede pasar por alto que en ningún momento apareció la de David Gilmour, con quien ha tenido fuertes roces aireados en público últimamente. Feo detalle cuando se refiere a su banda madre, por mucho que se pueda entender.
Este primer tramo se cerraría con una espectacular “Sheep”, para la que la presencia de una gran oveja voladora por todo el recinto fue el foco de atención. Y si una oveja nos había despedido antes, un cerdo con la inscripción “Fuck the poor” (“que le jodan a los pobres”) nos recibió por el aire para el set 2 con “In the Flesh”, con el escenario se transformado en un decorado de régimen totalitario: desde el techo colgaban enormes banderas rojas con el anagrama de los martillos propio de The Wall y santo y seña de la imaginería “pinkfloydiana”. El propio Waters, ataviado con gabardina negra y brazalete rojo, terminó disparando al público con una metralleta cual nazi fusilando.
Tras “Run like hell” vendría otra tanda de temas propios, “Déjà Vu” y “Is this life we really want?”, en los que aprovechó, como comentaba al principio, para reivindicar a Julian Assange y su no extradición a Estados Unidos; a Chelsea Manning por destapar crímenes de guerra; para pedir justicia por los asesinatos de informadores por parte del ejército estadounidense en Bagdad durante la guerra del Golfo; y para reivindicar los derechos humanos en Palestina, en Yemen, para los pueblos indígenas norteamericanos, los derechos de los transexuales… y los derechos humanos en general.
“Money” supuso otro punto álgido de la noche, con Waters tocando el bajo, aunque tanto en esta como en “Us and Them” fueron las coristas, Shanay Johnson y Amanda Belair, así como el guitarrista Jonathan Wilson, quienes pusieron la voz. Fue el inicio de un repaso literal a la “cara B” de The Dark Side of the Moon, para el que el escenario se “vistió” con el célebre prisma de su portada a base de rayos láser. De esta manera, tras las dos mencionadas, cayeron seguidas “Brain Damage” y “Eclipse”.
“Two suns in the sunset” sería el penúltimo peldaño íntegro al repertorio de PINK FLOYD, para acto seguido retomar ese bar particular en el que habían convertido una esquina del escenario. Un bar que simbolizaba, en palabras del propio artista, un espacio donde nos sentamos a hablar y debatir las cosas cara a cara, donde comunicarnos como seres humanos. Así, con toda la banda reunida en torno al piano y con una copa de mezcal, brindaron por toda la audiencia interpretando una íntima (y extensa) segunda parte de “The Bar” que, unida a “Outside the wall” aprovecharon para ir desfilando por la pasarela y despedirse uno a uno hasta terminar cantando fuera de escena, emitido por las pantallas, en un final mágico e hipnótico para los sentidos por lo sencillo que resultó en comparación con lo apabullante de lo anterior.
En resumen, resultó un espectáculo impactante en lo visual y lo sensorial, con un sonido magnífico, en el que ROGER WATERS, a quien se vio bastante más envejecido que en la gira anterior (y aun así, más quisiéramos llegar de este modo a sus 79 años), repasó (¿por última vez?) buena parte de la discografía de PINK FLOYD, pero sin dejar de reivindicar su propia carrera y su activismo. La numerosa banda que le acompaña estuvo de diez, perfecta, destacando a los guitarristas Dave Kilminster y Jonathan Wilson, que casi ejercieron de directores de orquesta. Junto a ellos, las coristas Shanay Johnson y Amanda Belair, el bajista Gus Seyffert, Seamus Blake (Saxo), los teclistas Robert Walter y Jon Carin, y el batería Joey Waronker.
Si hay que ponerle una pega al show (y bendito problema) es que a veces se podía perder la noción de estar en un concierto, abrumados por el tamaño de las pantallas y sus imágenes, que hacían parecer a los músicos auténticas miniaturas. Es por quejarse de algo, que el show fue maravilloso, no me lo tengan en cuenta…
Texto (y fotos): Fernando Galicia