GUNS N´ROSES: el signo de nuestros tiempos… (visión negativa)

GN´R: Domingo 4 de junio de 2017, estadio Vicente Calderón… (Crónica 1)

Vivimos en la era de la Post-verdad. El tiempo en el que una idea, un hecho, un acontecimiento, visto y narrado por los influenciadores adecuados (“influencers” se dice ahora, que suena mejor) se convierte en una verdad absoluta. Repetida una y otra vez hasta que se convierte en dogma de fe.

Y como todo el mundo sabe, enfrentarse a un dogma supone ir contra corriente, pisar callos y finalmente acabar chamuscado. Pensaba en ello pocas horas después del concierto de GUNS N´ ROSES del pasado domingo en el desahuciado estadio Vicente Calderón… Mientras escribía mis impresiones sobre lo que había visto y sentido frente a una de las bandas más importantes de la historia del Rock, me embargaba una sensación de inconsciente valentía, seguro de que las palabras que se iban juntando conforme recordaba mi propia experiencia no iban a ser bien aceptadas por muchos, pero al menos quedarían ahí antes de que los rescoldos de la actuación de la banda se apagaran.  Competirían en el tiempo con otras múltiples opiniones que, sin duda, serían muy diferentes. E incluso me veía, orgulloso, enfrentado a las dos frases paradigmáticas de la nueva sabiduría popular post-concierto: «tronco, no sé en qué concierto has estado tú» y la más asertiva: «qué fácil es criticar sin tener ni p*** idea de música»

Pero también vivimos en la Era de la Tecnología Beta. Ésa en la que dependemos de máquinas dispuestas a jugarnos una mala pasada en cualquier momento. Haciendo desaparecer de un plumazo un trabajo, un recuerdo, una sensación. Así fue lo que ocurrió con la primera versión de esta crónica… Desaparecida en un mar de bytes e imposible de regenerar sin volver a intentar juntar las letras de nuevo a ritmo de un “Patience” malhumorado.

Durante los dos días en los que he tardado en volver a atreverme a recordar lo vivido en el Calderón, he leído infinidad de comentarios y crónicas sobre el evento. Me prometí a mí mismo no hacerlo, pero al igual que la post-verdad nos rodea, las redes sociales se han convertido en un entorno del que resulta difícil, cuando no imposible, escapar. Y pocos días después, tras cientos de mensajes, tuits, fotografías, vídeos y ríos de palabras escritas sobre el concierto de GUNS N´ ROSES en Madrid, lo mejor que puedo hacer es escribir que fue grandioso. Fastuoso. Maravilloso. Glorioso. Épico.

Un evento histórico que nos reconcilia con la Era del Rock, en la comunión del gran estadio a rebosar. Que une generaciones. Que consigue que el fan más acérrimo disfrute al lado del más «casual». Que vimos una banda muy en forma, tras una reunión tan esperada como necesaria. Que disfrutamos con Slash, un guitarrista cercano a la divinidad, que empequeñece a Hendrix y que supera la categoría de leyenda. Y que a su lado nos puso la piel de gallina Axl Rose, reinventado y triunfante. Haciendo que su voz vibrante pulsara todas las teclas de nuestras emociones. Acompañados por un espectáculo jamás visto, con el artificio necesario de las grandes citas del Rock pero sin el delirio al que a veces se llega cuando éstas se convierten en eventos en los que la música acaba quedando en un segundo plano.

No debería olvidar hablar de lo impresionante que resultó que una banda recordada por sus retrasos históricos en aparecer sobre el escenario, decidiera salir a tocar con diez minutos de antelación. Ni mucho menos dejar de lado que casi estuvieran sobre el escenario tres horas… Y que pese a desgranar un exceso de versiones y algunos temas del último disco que lleva el nombre del grupo («Chinese democracy»), que interesaban poco al respetable, recordaron muchas canciones que hacía años que no sonaban en directo, sin olvidar los hits más necesarios.

Por supuesto debería recordar que el sonido en el Calderón depende del sitio en el que te sitúes. Y que fue bueno o malo en función de la ubicación. ¡Ah!, también debería hacer mención, aunque no de forma muy dura, a los “problemillas” con las colas para ir al servicio, a la ocupación de media pista por entradas «pseudovip». Y citar brevemente, a la manera de anécdota, los miles de vídeos grabados y montajes multimedia de la pantalla central, gigante, para mostrar al mundo la asistencia a tan magno evento.

Todo ello sazonado con breves comentarios sobre las canciones que fueron sonando: que tocaron “Coma” pese a ser un tema larguísimo y menos conocido. Que recordaron “Double Takin´ Jive” y “Out Ta Get Me”. Que todo el mundo disfrutó con “Sweet Child of Mine” y “Paradise City” o que algún despistado pensó que “Wish You Were Here” (PINK FLOYD) es una intro algo raruna de alguna cara “B” de esas que te suenan pero no sabes bien de qué. Así, con alguna pincelada más, cumpliría con el ritual de contar al mundo un concierto irrepetible, único e imborrable. Haría nuevos buenos amigos y no se enfadarían aquellos que ya lo son.

Casualidad o coincidencia, pero la cara amable de una noche inmortalizada en miles de fotos y vídeos en Instagram, Facebook, Twitter, Whatsapp y demás vehículos de genuina expresión de la verdad. ¿O de la postverdad?

Pues no… Yo no asistí a un evento grandioso, fastuoso, maravilloso, glorioso, épico ni por supuesto histórico. No, me veo a mí mismo como una especie de Mr. Scrooge del Rock, aunque mientras iban pasando los minutos con GUNS N´ ROSES en el escenario mi sensación pasaba rápidamente de la euforia inicial a la sorpresa, el cabreo y finalmente el tedio. Claro, es que no eres un auténtico fan. Error: He gozado con los GUNS desde que en 1987 descubriera “Appetite for Destruction”. Siguiéndoles con ilusión en muchas ocasiones y con frustración también en demasiadas, durante treinta años. Disfruto sus canciones y ardo en deseos de verles en directo. Pero el concierto del Calderón me volvió a recordar aquel en el mismo espacio de hace veinticuatro años, del cual salí intentando comprender qué me había perdido.

Sí, ciertamente esta vez no hubo sofás ni alfombras, que fueron sustituidos por versiones. De otros y propias. Algunas más o menos cercanas a lo esperado (la del piano ha sonado de la leche, no digas que no) y otras sencillamente quedaron sumergidas entre los gritos de un público que no estaba con ganas de disparar a una banda por muchos errores que pudieran surgir (¡eh tío!, que es la de Terminator, ¿no te mueves?).

Vi a Slash retorcer el mástil de su guitarra y generar arreglos imposibles, sin duda, que el melenudo guitarrista hace reverdecer su mito cada vez que aparece en escena. Y vi a Duff rejuvenecido hacer lo que más le gusta, el punk con clase, volviendo a recordarnos a los MISFITS a toda pastilla. Y vi a Axl cambiarse una y otra vez de ropa, al menos de chaqueta, envidiables todas. Y correr. Y bailar. Y gritar. Gritar mucho, tanto que la cadencia de su voz llegó a resultarme incluso molesta (pues claro, de eso se trata, de subir octavas), pero no consiguió emocionarme en ningún momento del concierto.

Lo intenté en “Rocket Queen”, por mucho que la sintiera extraña y pasada de «swing». Me esforcé en “Civil War”, a pesar de que desde el primer momento me diera la impresión de que la voz estaba en otro tono. Y en “Nightrain” decidí que no valía la pena seguir peleando contra lo inevitable: hay momentos en los que la tan cacareada magia entre la banda y el público simplemente no existe, no aparece por ningún lado. No hablaré de la magia entre los miembros de la banda puesto que esa debió quedar enterrada en la década de los ochenta, si es que alguna vez la hubo…

¿Cuántas veces hemos visto la foto de un Whopper? Apetecible, jugoso, con todos los ingredientes puestos donde deben estar. Con colores brillantes, incluso deslumbrantes. Casi podemos oler el delicioso sabor que desprende. Lo de menos es que cuando abrimos el envoltorio que lo encierra aquello que tenemos entre manos no se parezca ni lejanamente a lo prometido. Lo consumimos con ferocidad para que sacie nuestra hambre y si alguien nos pregunta a la salida del Rey de la Hamburguesa qué tal hemos comido solemos responder con un bien, lo esperado. Incluso algo mejor, hoy me han puesto doble de ketchup. Lo esperado: “fast food” bien promocionada, mejor empaquetada y consumida en cantidades industriales hasta la siguiente vez que sintamos la punzada de darnos un capricho que nos sitúe contracorriente, cuales rebeldes de la gastronomía bien pensante.

A fin de cuentas la rebeldía, en la comida, en la vida, en el Rock, es la punzada que nos hace sentir vivos. ¿Me estás comparando a los GUNS con un Whopper? Es una pregunta difícil de contestar, sobre todo si no quiero herir sensibilidades, especialmente en esta época que nos ha tocado vivir en la que el mundo parece reducirse a foodies y haters. Poca lírica puede haber más allá…

Texto: Fernando Checa (fernando@redhardnheavy.com)

Fotos: Live Nation y David Esquitino

P.D. -¿Los teloneros? Bien los primeros, muy mal los segundos… pero indiferentes e insulsos ambos. ¿Tan difícil es traer con una superbanda histórica grupos para abrir de postín, calidad y estilo afín? Lástima que casi siempre manden los patrocinadores, las compañías o los primos de los artistas para esto… O quizás los primos somos nosotros, no lo sé muy bien…

Vean y decidan ustedes…

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