Crónica de El Drogas en León, ¡a gusto!
El Drogas volvía a visitar León cinco años largos después de su anterior visita. El escenario era de nuevo el mismo, el municipal Espacio Vías. Semanas antes ya estaba todo vendido. Había ganas, y se cumplieron las expectativas.
El Drogas – Sábado 03/05/2025 – Espacio Vías (León)
La sombra de Barricada es alargada. Fantástico. Y más aún si la luz que provoca esa sombra emana de uno de sus fundadores, el señor Enrique Villareal. Por supuesto que El Drogas tiene vida más allá de “los Barri” (y vaya vida…), pero que aproximadamente la mitad de las casi 40 canciones que sonaron en el Vías fueran suyas, y la reacción que éstas provocaron en el respetable marcaron el concierto.
El pasado sábado 3 de mayo nos acercábamos hasta Espacio Vías pocos minutos antes de la hora prevista para la apertura de puertas, pero aún se podían escuchar los últimos acordes de la prueba de sonido. Una avería en la furgo de gira retrasó la hora de llegada de la troupe y provocó cierto estrés en los prolegómenos. Pero el gran trabajo de organización y técnicos hizo que el horario al público se cumpliera a rajatabla. Todo controlado. Por cierto, hablando de organización, excelente trabajo y exquisito el trato a este medio. Agradecidos.
Accedemos a la sala antes de la apertura de puertas y cogemos posiciones previo paso por barra para cuidar de nuestra hidratación. Enseguida el público va invadiendo poco a poco la sala y en unos minutos se empieza a sentir esa sensación de las grandes noches de rocanrol. Todo el papel vendido. Se oían acentos vascos, asturianos, dejes madrileños… Desde luego el puente ayudó a que el personal se hiciera unos kilómetros. La media de edad, talludita, como era de esperar, aunque alguna que otra cara juvenil aparecía en primera fila. Se agradece.
Con total puntualidad, se apagan las luces y se oye la voz del protagonista de esta crónica solicitando muy originalmente que los móviles, lo justo. También se agradece no ver un mar constante de pantallitas sobre todo en las primeras filas. Y allá vamos…
Arrancan con mimo el inicio de la peculiar “Fue 24D… ¿y qué?” que nos provoca un estremecimiento cuando entra toda la banda después de la primera estrofa. Aquello suena a gloria desde el minuto uno. La cosa promete, y ya no para. Se enlaza un tema tras otro sin respiro. Al menos suenan una decena de ellos sin pausa hasta que El Drogas nos da las buenas noches. ¡Y tan buenas! Nos dice que está “a gusto”, expresión que repetiría innumerables veces a lo largo de la noche.
Esta primera parte del concierto se centra (aunque no exclusivamente) en sus discos en solitario y canciones de Txarrena. La olla iba cogiendo presión canción tras canción. El respetable empezaba a entregarse, pero poco a poco. El delirio vendría después.
El sonido perfecto. La puesta en escena sobria pero efectiva. Unos focos blancos en la trasera del escenario complementan la iluminación habitual de la sala sabiamente manejada desde la mesa. Un poco de humo y más que de sobra para crear el ambiente necesario.
Nos toca la fibra la nueva intro casi acústica a guitarra y voz de “Bahía de Pasaia” que dio el pistoletazo de salida a las primeras lagrimillas de emoción. Se empezaba a dar rienda suelta a los sentimientos.
Llama la atención la original disposición de la pedalera de Txus Maraví, en un lateral a los pies de la batería, lo que mantenía despejado todo el frente del escenario. Su interpretación durante todo el concierto, magistral, superando incluso sin problemas algún pequeño problema técnico con una de sus guitarras ya finalizando el concierto. El ebow que utilizó en “Collar abandonado” redondeó una canción ya espectacular de por sí.
Destacar también el sólido suelo rocoso sobre el que todo se construía proporcionado por Nahia Ojeta a los parches y el gran “Flaco”, Eugenio Aristu, a las cuerdas gordas. Al que fuera batería del Boni y que sustituye en esta gira a Brigi (Koma) se le veía en su salsa, disfrutando y sin fallar una, con una pegada descomunal. Por su parte, el Flaco, con su imponente presencia escénica, no le iba a la zaga y con su bajo rellenaba cualquier hueco sonoro que pudiera quedar. Muchos edificios se podrían construir en una base tan sólida.
Durante la parte central del concierto hubo momentos para bajar un poco las revoluciones. El Drogas se colgaba una guitarra en algunos temas: Acústica en los temas más calmados, eléctrica cuando la canción lo requería. Una cuerda rota le obligó a descolgársela en “Cómo son”. No importó, pues el resto de la banda la remató por todo lo alto.
Ya estábamos entregados y nos tenían comiendo de su mano, ellos también entregados en el escenario. Sus camisas no podían absorber una gota más de sudor. “Si vas a León lleva ropa que allí hace frío, me decían…” ironizaba el de Iruña ya erigido en maestro supremo de la ceremonia. “A gusto”, seguía repitiendo. Y poco a poco nos íbamos introduciendo en el último tercio del concierto.
Grandes éxitos de Barricada en toda regla y aquí la fiesta llegó a su zenit. Sonrisas dibujadas en todas las caras, lágrimas emocionadas, coreando por doquier. El público ya era el quinto miembro de la banda, hasta el punto de que don Enrique pedía a sus músicos, cual director de orquesta, que bajaran la dinámica para que nuestras voces protagonizaran muchas partes de las míticas canciones de los de la Chantrea. Tanto fue así que en el inicio de “No sé qué hacer contigo” entramos a cantar fuera de sitio y la banda se amoldó a nosotros como si fuéramos el líder solista siguiendo en comunión hasta el final del tema. Eso es conexión.
No importó que El Drogas también tuviera un pequeño desliz al inicio de “Azulejo frío”. Se lleva todo a su sitio y a seguir. Profesionalidad absoluta. Musicazos.
Se retiraron dos veces. Y dos veces volvieron a subir al escenario. La última al son de un improvisado coro protagonizado por el respetable cantando “esta noche no es para andar por esas calles”. Aquello se caía abajo. Pelos de punta, garganta ya totalmente rota. Los bises fueron una locura colectiva. Todos, arriba y abajo, éramos uno.
Dos horas y media de concierto que se pasaron en un suspiro. Larga despedida con reparto de púas y baquetas incluida. Manos ardiendo de tanto aplaudir. Merecido reconocimiento. Fue una auténtica catarsis.
No hay mejor sicólogo que una sesión de rocanrol de este calibre. Gracias don Enrique. El Drogas, siempre. A gusto.
Texto: José Triskel / Fotos: Mar Fuertes